viernes, 22 de febrero de 2008

LA PREOCUPACIÓN POR COMER SIEMPRE SANO: LA ORTOREXIA

Es una obsesión que, según la Organización Mundial de la Salud, padece el 28% de la población de todo el mundo. En Estados Unidos, 5.000 personas fueron diagnosticadas el año pasado

La ortorexia la descubrió hace apenas diez años el doctor Steven Bratman, que empezó a hablar de ella en 1997, aunque no se popularizó hasta el año 2000 cuando publicó su libro Los yanquis de la comida sana en el que hablaba del problema. El término procede de las palabras griegas orthos que significa “justo” o “recto” y exia que significa “apetencia” o “apetito”. Consiste en una obsesión por comer sólo alimentos sanos, libres de conservantes, colorantes, aditivos o cualquier otra sustancia artificial y que nace de la cultura ecológica. En España se trata de un problema casi desconocido, pero el 5% de los españoles que tienen problemas con la alimentación ya la padece. Aún no puede calificarse como enfermedad porque no se ha reconocido como un trastorno psiquiátrico y además, no se han encontrado parámetros para distinguirla del hecho de mantener una dieta saludable y equilibrada. No hay que confundirla con dietas sanas llevadas a cabo con sentido común y dentro de unos límites normales porque la ortorexia es llevar una alimentación sana exagerada. Según Bratman, “los ortoréxicos desarrollan sus propias reglas alimenticias, cada vez más dañinas y específicas”. Él lo sabe bien, ya que a finales de los setenta inventó su propia dieta formada por vegetales recién cogidos del huerto y se alimentó así durante muchos años hasta que un día, después de un tiempo de tratamiento con psicólogos, se comió un trozo de pizza y una copa de helado.

Las personas que tienen ortorexia sólo comen alimentos que les ofrecen garantías de calidad, que son naturales o no tienen grasas, lo que supone un grave peligro para su salud porque se suprimen nutrientes esenciales para el organismo.
Quien sufre esta patología dedica más de tres horas diarias a pensar en la comida saludable que puede tomar, prepara las comidas con días de antelación, da prioridad a la calidad de los alimentos por encima de la satisfacción que siente al comerlos o puede masticar muchas veces lo que come antes de tragarlo (el propio doctor Bratman lo hacía hasta 50 veces). Si no sigue la dieta sana que él ha establecido tiene sentimientos de culpabilidad y es capaz de no comer durante días como castigo por haber tomado productos que él considera “malos”, y se muestra superior a los demás, con gran fuerza de voluntad y feliz consigo mismo si logra mantenerla. Su obsesión llega hasta el punto de que se aleja de sus familiares y amigos porque evita comer fuera de casa alimentos que no puede controlar, lee siempre las etiquetas de los productos, cocina sus alimentos de una manera concreta e incluso crudos o en recipientes especiales (de cerámica, madera, etc.) y no sale de su casa si no es con su propia comida. Puede llegar a recorrer varios kilómetros para comprar este tipo de productos que suelen ser más caros, incluso hasta diez veces más que los productos normales. Si no los encuentra es capaz de pasar tres o cuatro días en ayunas.

El caso más extremo fue el de Kate Finn, una californiana que falleció en 2003 por inanición. Al principio, le diagnosticaron anorexia, pero a ella no le preocupaba su peso ni la cantidad de alimentos que tomaba, sino su calidad. Algunos expertos hablan de que la ortorexia es una “anorexia mal curada”, aunque en el caso de la primera, lo que importa es comer sano y en cuanto a la anorexia, el problema radica en la preocupación por las calorías y el peso corporal. Finn comía, sobre todo, hidratos de carbono y azúcares y apenas probaba las grasas ni las proteínas: murió de ortorexia.

Este trastorno en ocasiones responde a una moda, y los más propensos a sufrirlo son las adolescentes, las mujeres (hasta en un 90%), los deportistas (en especial, los que practican el culturismo) ya que suelen preocuparse mucho por su físico y su salud, y en general, las personas estrictas y muy exigentes consigo mismas y con los demás, los que tienen comportamientos obsesivos compulsivos o los que ya hayan tenido otros problemas con la alimentación, como anorexia o bulimia.

Las causas de esta patología son muchas. Según Manuel Serrano-Ríos, jefe de Medicina Interna del Hospital Clínico de Madrid y presidente del Instituto Danone, “el impacto cultural de la obsesión por la propia salud le hace al ortoréxico orientarse hacia la búsqueda sistemática de alimentos saludables”, lo cual quiere decir que nuestra cultura incide directamente en este problema por la importancia que la da a la imagen. Otros desencadenantes pueden ser miedo a envenenarse por tomar alimentos que no son naturales, razones religiosas o espirituales, influencia de los medios de comunicación y la publicidad, o la excentricidad. Esto último se pone de manifiesto especialmente en algunas actrices, como Julia Roberts, que sólo bebe leche que contiene soja, Demi Moore que consume todos los alimentos crudos o Jennifer López que come tortillas hechas sólo con clara de huevo. Algunas otras causas son de carácter psicológico como la depresión, la inseguridad, dificultades de comunicación con las personas del entorno o la falta de afecto.

Por su parte, las consecuencias de llevar este tipo de alimentación pueden ser muy graves. En primer lugar, desciende la calidad de vida porque se consumen alimentos que no aportan todos los nutrientes y vitaminas que necesita el organismo, lo que a su vez, puede desencadenar desnutrición, debilidad, agresividad, desequilibrios psicológicos, tristeza, ansiedad, depresión o hipocondrías. En concreto, por tomar alimentos excesivamente sanos, se consumen proteínas de menos calidad al tomar sólo vegetales, hace falta hierro lo que puede dar lugar a anemias, son escasos las vitaminas liposolubles y los ácidos grasos esenciales, faltan oligoelementos, y en casos muy graves, se puede dar una pérdida temporal o permanente de la menstruación. Además, la ortorexia conlleva distanciamiento social.

Para curarla, es necesario tomar conciencia del problema, seguir los consejos de nutricionistas y psicólogos, y con su ayuda, aprender a comer de una manera realmente sana y equilibrada, sin obsesionarse.
No obstante, la clave para evitar la ortorexia está en seguir una dieta sana y equilibrada que incluya todos los nutrientes necesarios. Para ello, es muy importante tomar a diario frutas y verduras, carne, pescados y huevos, y nunca se deben suprimir los aceites y las grasas porque son beneficiosos para la transmisión de los impulsos en el sistema nervioso. La dieta diaria de cualquier persona debe estar formada por un 60% de hidratos de carbono (pan, pasta y cereales), un 20% de grasas y otro 20% de proteínas. Eso es lo fundamental para mantenerse sano.
A.M.N

miércoles, 13 de febrero de 2008

"Soy Leyenda" (I am leyend, Francis Lawrence, 2007)

El cine fatalista está de moda. Al espectador le gusta ver catástrofes, grandes tragedias y finales apocalípticos en los que un héroe, reconocido como tal o vestido de paisano, logra poner fin a la situación. Como el público manda, las producciones caen rendidas a sus pies. Es el caso de Soy Leyenda, protagonizada por Will Smith en el papel de Robert Neville, casi el único superviviente en la Tierra y posible salvador de la raza humana.
El libro titulado igual es mucho mejor que la película, como ocurre en la mayoría de los casos, pero aún así, las imágenes muestran la historia con una cercanía que las páginas nunca lograrán alcanzar por muy ricas que sean las descripciones o muy interesente sea el personaje principal. La obra escrita me trasladó a un espacio diferente, después de haber visto la cinta, y no pude imaginar al protagonista del mismo modo, pues se trata de otra persona completamente distinta, con un pensamiento y unos propósitos distintos.

Pero centrémonos en la película, reflejo de una visión trágica del avance médico de las últimas décadas. Sin duda, los más aprensivos creerán a pies juntillas que un error garrafal como el de propagar un virus tremendamente contagioso a partir de una revolucionaria vacuna que cura el cáncer, podría llegar a producirse en nuestra sociedad actual. Y, quizá, no estarían mal encaminados si tenemos en cuenta que somos seres humanos y, como tales, nos equivocamos.
Esta historia arroja luz sobre un hecho que hasta ahora no nos habíamos detenido a pensar: investigar la cura para una grave enfermedad entraña riesgos, sobre todo, si esa tarea se encarga a personas poco cualificadas o inexpertas que se atreven a probar en humanos los nuevos fármacos sin conocer plenamente sus efectos. Así, en los dos o tres primeros minutos de cinta, la doctora Kripin (que posteriormente, dará nombre al virus), interpretada por Emma Thompson, afirma por televisión haber curado el cáncer cuando lo cierto es que su investigación tendrá consecuencias devastadoras para la población de Nueva York.

Las imágenes logran narrar la historia de un modo que atrapa al espectador, a pesar de tratarse de una película lenta, sin apenas diálogos y en la que aparecen constantemente los mismos lugares y espacios: la casa del protagonista, los coches que conduce o, por supuesto, la gran ciudad silenciosa, aunque eso sí, desde distintos ángulos y alojando distintas acciones. El director, Francis Lawrence, distribuye los planos de una forma casi perfecta para que todo ocurra en el instante preciso y al mismo tiempo, mantiene al público expectante, por una parte, deseoso de que aparezcan los infectados enloquecidos y por otra, esperando escenas que la hagan diferente a otras películas del mismo estilo.

Existe un momento especialmente angustioso, cuando Neville ve cómo su perra se adentra en una nave oscura para perseguir a un ciervo y la llama desesperadamente para que salga de ahí. Esto nos estremece en la butaca por dos razones: el animal puede morir apenas a los veinte minutos de visionado, lo que nos dejaría con una amarga sensación demasiado pronto, y, por otro lado, sabemos que el protagonista necesita a la perra para continuar cuerdo en una ciudad hostil en el que sólo están ellos dos.
Y es que es un acierto que su Pastor Alemán haya sobrevivido al virus que asoló la ciudad para dotar de una mayor credibilidad a la historia. Hubiera sido casi insólito que sólo Neville continuara vivo después de la infección y además, las imágenes no se habrían sostenido por sí solas sin el diálogo que mantienen ambos que, aunque es breve y puntual, es completamente necesario para no aburrir al público.

No obstante, aporta mucho valor al argumento el hecho de que el protagonista sea el único ser humano en el planeta (o al menos, eso crea él) y que tenga que hacer verdaderos esfuerzos para no perder la cordura, porque nos transmite una idea que a menudo olvidamos, pero que resulta fundamental para nuestra existencia: necesitamos relacionarnos para lograr nuestros propósitos y sobrevivir. Cada persona requiere de otras porque, de lo contrario, se volvería loca.
De ahí, surge la escena en la que Neville acude a un videoclub y habla con un grupo de maniquíes, que intuimos que él mismo ha colocado allí, como si se tratara de personas. Hasta ese momento, podemos entender su necesidad de relacionarse sea del modo que sea, pero ya es ridículo que mire tímidamente a una maniquí y dude si hablarla o no porque se siente atraído por ella. Sin duda, una escena totalmente prescindible y absurda.

Esto no es lo único que está mal hecho a lo largo de la cinta. Lo más destacable es que no es posible que en sólo tres años sin actividad humana, una gran ciudad como Nueva York se haya convertido en una frondosa selva, tupida de vegetación y habitada por animales salvajes, tales como ciervos o leones. Puede que transmitir esto responda al deseo de provocar una mayor impresión en el espectador o simplemente de introducirle más en la historia, lo que es innecesario porque las imágenes de largas calles solitarias ya provocan estos efectos. Así, ante el aplastante impacto del silencio y el vacío en la ciudad, la regresión a un mundo salvaje es gratuita.
Tampoco es creíble que una persona pueda sobrevivir tanto tiempo con los alimentos de los que dispone. Bien es cierto que la ciudad es muy grande y hay muchos supermercados, pero la comida no puede conservarse en buenas condiciones y tarde o temprano caduca y llega el momento en que no se puede consumir.
Otro error es enfocar el papel de la perra de tal manera que el público sea capaz de prestarla más atención que al protagonista de la película, e incluso llegue a apreciarla más en determinadas escenas. El animal da dinamismo a la película, pero Neville tiene todo el peso de la acción y es el que busca la vacuna contra el virus.

A pesar de estos desatinos habituales en toda superproducción, la cinta posee un atrayente argumento que unido a la muy buena interpretación de Will Smith (este actor sabe hacer reír y llorar con la misma intensidad), consigue envolver al público en la trama y hacerle pasar casi dos horas con los ojos pegados a la pantalla.

A.M.N