Jade Goody. Actualmente, pocas personas no asocian este nombre con la polémica y la agonía de una enfermedad hecha pública hasta sus últimas consecuencias. Los que no sabían que esta joven británica ha participado hasta en tres ediciones del popular reality show "Gran Hermano", ahora la conocerán por su interés en vender los últimos meses de su vida.
Ella sostiene que lo hace para asegurarle un futuro a sus dos hijos, de cinco y tres años, pero lo cierto es que quizá, ya haya traspasado todas las fronteras. Los detalles de toda su vida corren como la pólvora por los medios de comunicación del mundo, que no hacen más que profundizar cada día más en lo que consideran el mayor "filón" para lograr incrementar sus audiencias.
La muerte vende y hace ricos a muchos. Es la triste realidad con la que nos encontramos en esta sociedad, en la que el sensacionalismo ofrece las mayores miserias del ser humano. Pero Jade Goody no está libre de pecado. Aún con la tristeza y agonía que debe sentir (a estas alturas, con su historia tan metida en nuestras cabezas, casi podemos sentirlo cada uno de nosotros), le queda valor para pedir que los medios cubran sus últimos días y, tal vez, el instante de su muerte. Un acuerdo macabro entre dos partes para sacar tajada del morbo y del dolor.
Y todo a costa del público. Qué triste es caer en el engaño y más aún querer saber más. Tan sólo somos autómatas que vemos lo que nos ofrecen, escuchamos lo que nos emiten y pensamos lo que nos dicen que debemos pensar. No vamos más allá. No denunciamos la falta de moral, la ausencia de intimidad ni el morbo gratuito. Porque ahora lo que "está de moda" es sacar lo más sucio de las personas: convertir el sufrimiento en espectáculo y la agonía en curiosa expectación. Es tan triste como suena.