lunes, 26 de noviembre de 2007

UNA INFORMACIÓN SIN CONTROL

Vivimos en la sociedad de la información, un espacio en el que la llegada masiva de datos, encuestas, informes, estadísticas, nos satura de tal modo que el efecto es el contrario al que se busca al hacerlos públicos: realmente estamos desinformados. Disponemos de infinidad de documentos sobre muchos temas distintos en televisión, prensa, radio, por internet... pero no somos capaces de asimilarlos y analizarlos como merecen. No obsante, la culpa no es nuestra porque bastante a menudo los medios difunden ideas erróneas, contradictorias o que carecen de apoyo científico y las muestran como si fueran reales, plenamente comprobadas, sin posibilidad de refutarlas.
Lo cierto es que los medios tienen el poder de decidir cuándo y cómo transmiten una información, y nosotros nos mostramos sumisos ante todo cuanto nos llega, aunque no siempre lo haga de la mejor manera que cabría esperar. Es muy peligroso ofrecer temas que implican consecuencias sociales, económicas, políticas o medioambientales, ya que una costumbre muy extendida en nuestra sociedad juega en contra: el "boca a oreja" puede ser trágico si no se conoce en profundidad la información y se cuenta de forma equivocada. Se trata de un arma de doble filo porque nos enteramos de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero de forma imprecisa y la contamos tal y como creemos que es.
Así, por poner un ejemplo, cuando se dio a conocer el tema de la gripe aviar, la alarma social no tardó en extenderse porque la mayor parte de la población no había indagado en el tema y muchos pensaban que jamás podríamos volver a comer pollo con total seguridad de no morir contagiados, cuando precisamente, al existir este tipo de peligros, se activan más controles y por tanto, la seguridad es mayor. En casos como éste, la información llega rápido y mal, lo que pone de manifiesto uno de los errores más comunes del periodismo: muchas veces, las prisas por hacer pública la realidad priman sobre el verdadero valor de la noticia, que siempre debería ser veraz, de calidad y no dar lugar a ningún tipo de confusión.
La clave estaría en analizar todo lo que vemos, oímos o leemos con la profundidad de alguien que realmente quiere estar informado y tener unos conocimientos, al menos, generales, de nuestro mundo. Es habitual que una persona lea un periódico, pero no comprenda lo que está escrito, o que otra mire la televisión, pero no vea el foco de la noticia. Solemos confiar en la gente de la calle porque nos suele contar su verdad de un modo ameno, distendido, alejado de la seriedad que difunden los medios. Ahí está la equivocación: las personas de nuestro entorno no tienen rigor, sólo narran, comentan, opinan. Se pierde así, la esencia pura del periodismo: la objetividad, que nunca podrá lograrse si no se contrastan los datos, no existe plena confianza en las fuentes y, sobre todo, no nos apoyamos en los medios. Es otro error recurrir a un sólo medio para saber lo que pasa: lo deseable sería profundizar en todo tipo de medios que estén a nuestro alcance para poder detectar errores o contradicciones, que son más habituales de lo que pensamos.
La confusión radica en que aceptamos como bueno o verdadero todo lo que se publica, se emite o se difunde, y no siempre es así. Prueba clara de ello es el pseudo-periodismo que nació hace relativamente poco a través de internet y que consiste en que hoy en día, cualquiera puede contar lo que sabe sin haberlo probado y exponiendo así a la sociedad a ideas falsas, dudosas, que en casos extremos, pueden provocar la alarma. Creemos que todo lo que se cuelga en internet es veraz porque pensamos que lo cuenta alguien que sabe más que nosotros. Y no sabe más el que más prisa se da en informar, sino el que desconfía de sus datos, los pone a prueba y los ofrece tarde, pero con plena seguridad de que son ciertos.


A.M.N

miércoles, 14 de noviembre de 2007

SONRÍE

Maraña de sueños que se agolpan en mi cabeza... deseos que veo, pero que no cumplo.... un amanecer cuyo sol me hace un guiño de nostalgia por algo que quise, pero no tuve. Vivo de ilusiones que vivieron un segundo, pero me hicieron tan feliz... todos existimos por ellas, porque lo veraz es demasiado crudo y directo. Mi burbuja de pasiones se construye a través de cosas que anhelo, pero no sé si alcanzaré... es incertidumbre mezquina que me roba, pero también me anima... Lucho por buscar un atisbo de plenitud en cada milésima que siento como si yo la hubiera creado y sólo transcurriera para mí... todo es espontáneo y en ello radica la dicha que me envuelve. Porque cada instante planeado, es fantasía perdida, satisfacción olvidada, rabia atrapada... lo aleatorio se enriquece de sí mismo y hace impredecible lo que parecía condenado por su sistema.
Tantos días estudiados sólo conducen al fracaso... es mejor sentir cada rincón del espacio como venga.... impreciso, inconstante, inconsciente... ya que ahí, vive el auténtico éxito... ése que nos hace plenos... y alimenta de orgullo y felicidad aquello que alguna vez rozamos perdido. No hay mayor tranquilidad que saber que un sólo momento se aprobó con nota... porque descubrimos que nuestras virtudes habían nacido de la aventura... por lanzarnos al agua sin saber que podríamos nadar.
A. M. N
14/11/07

lunes, 5 de noviembre de 2007

EL RACIONAMIENTO Y EL HAMBRE: SUS CONSECUENCIAS


La variedad de alimentos que había existido desde los años veinte disminuyó. El régimen insistió en que había que consumir productos nacionales, aunque éstos no eran suficientes. En este período de suministro y consumo decadente, sólo había unos pocos productos de mala calidad con los que intentaban vivir las familias de los trabajadores. La situación más grave se dio en 1945, que se conoció como el “año del hambre”.
Fue necesario recurrir a las importaciones para poder alimentar a la población. Es destacable que entre 1940 y 1949, España recibió de Argentina el 91,4% del total de productos importados (sobre todo, carne y cereales) y fue necesario recurrir a otros medios para salir adelante. El Chase Manhattan Bank concedió a España, en 1949, un crédito de 25 millones de dólares para comprar alimentos, y en agosto de 1950, el Congreso de los Estados Unidos autorizó facilitar créditos de 64 millones de dólares.

Al terminar la guerra, el bando nacional distribuyó gran cantidad de pan, pero después, el descenso de su consumo fue espectacular respecto a la situación durante la etapa de la República. El 14 de mayo de 1939 se estableció el racionamiento de alimentos en todo el país (este sistema se mantuvo hasta 1951, aunque la escasez continuó todavía más tiempo). Previamente, el 10 de marzo de ese año se había creado la Comisaría General de Abastecimientos y Transporte, que se dedicó a distribuir los productos fundamentales para sobrevivir. Entre las distintas provincias se crearon los llamados fielatos, similares a las aduanas, con el fin de controlar la entrada y salida de los productos.
Para los adultos, se estableció una dieta de racionamiento semanal, formada por 400 gramos de pan, 250 g de patatas, 100 g de arroz, 100 g de legumbres secas, 200 g de pescado fresco, 75 de bacalao, 125 de carne, 50 de aceite (que era básico para el consumo alimenticio y para uso industrial, por la escasez de carburante), 10 g de café, 30 g de azúcar y 25 de tocino. Además de eso, a los niños se les daba leche y harina. Las verduras y el pan fueron los alimentos fundamentales de la dieta, y también, se incluyeron otros artículos como jabón y tabaco, éste último considerado de primera necesidad; y de manera muy excepcional, se entregaba chocolate, café o membrillo. El vino fue de los pocos productos que no era escaso.
Las cantidades propuestas no fueron reales, ya que, por ejemplo, la del pan fue reducida constantemente por normas de los presidentes de las Juntas Harino-Panaderas de cada provincia. De todas formas, el pan era de muy mala calidad, negro y duro (el blanco se consideraba un producto de lujo), porque se hacía con una mezcla de harina de trigo y de maíz, pero la gente hambrienta no tenía más remedio que comérselo, aunque según cuenta Gabriel Monserrate en su artículo La posguerra, el hambre y el estraperlo: “mira si sería malo que, con el hambre que había, estaba tirado por las calles”. Algunas familias, a escondidas, hacían el pan por la noche en sus casas, pero por la mañana los agentes de la Fiscalía lo solían descubrir y lo decomisaban.
En algunas pequeñas regiones, no se consumieron patatas durante varios meses, aunque, eso sí, más del 50% de éstas se podía encontrar en el mercado negro. Ciertas tiendas sólo disponían de nabos, cebollas y acelgas. En los pueblos, sólo se racionaba el aceite, el arroz y el azúcar, mientras que en las ciudades se limitaron todos los alimentos por lo que muchos se marcharon a los pueblos para trabajar a cambio de techo y comida.
Como consecuencia de la desesperación, llegaron a comerse cáscaras de plátanos y cortezas de patatas, los fumadores recogían colillas y la cebada tostada sustituía al café. Muchos se marchaban al campo a recoger distintas hierbas comestibles para aguantar el hambre.
En varias comunidades, la cuestión fue tan grave que durante los tres primeros años de la posguerra, a través de sus informes, algunos gobernadores provinciales comunicaron, entre otros, al comisario general de Abastecimientos y Transporte que era imposible la mantener a sus provincias.

El racionamiento, que se controlaba de forma oficial a través de las cartillas o libretas, (que eran de dos tipos: una para la carne y otra para el resto de comida), era muy escaso, pero el verdadero problema estaba en que la distribución de los alimentos era desigual e intermitente, por lo que la miseria afectó más a unas clases sociales que a otras. Así, los obreros industriales y los jornaleros agrícolas lo tenían más difícil para dar de comer a sus familias por los bajos salarios que recibían. En las grandes empresas, la situación era todavía más crítica porque los trabajadores tenían que acudir a su puesto para ganar un salario mínimo y sin apenas haber comido. Por eso, se encontraban demasiado débiles para desempeñar sus tareas. Muchos, sobre todo, los padres de familias numerosas (que recibían ayudas insuficientes), buscaron dos empleos, por lo que su jornada superaba con facilidad las 10 horas diarias.
Otra limitación del sistema fue que para acceder al trabajo y a las cartillas de racionamiento, era imprescindible presentar el documento de identidad y tener certificados de buen comportamiento, facilitados por representantes de Falange o por párrocos.

Así las cosas, enseguida la debilidad empezó a hacerse evidente en el peso y la estatura de los españoles. Los alimentos que se entregaban cada semana no tenían las proteínas suficientes para una nutrición básica porque las que contenían la carne y el bacalao eran muy escasas y, como sólo se podía acceder a esa dieta impuesta, surgieron muchas enfermedades, como la anemia y la avitaminosis, más frecuentes en la gente joven y pobre. Esta alimentación incorrecta les dejaba sin defensas contra estos males, e incluso, en ocasiones, les causaba la muerte. De este modo, las enfermedades contagiosas se extendieron rápidamente y no era extraño que muchos españoles padecieran paludismo, difteria, tuberculosis o tifus. Entre 1940 y 1941, tuvo lugar una epidemia de tifus que mató a 3.000 personas, y los piojos y la sarna fueron habituales por la suciedad. La tuberculosis no tenía cura y se podía contraer por medio de la leche de vacas contagiadas, por lo que se recomendaba hervirla.
La gran cantidad de enfermos que trataban de salir adelante fueron apartados de los lugares públicos porque se les prohibió su presencia para evitar el contagio del resto de la población.

Para el bando republicano y sus afines, derrotados, las condiciones fueron mucho peores. La clase obrera y la campesina fueron las que más sufrieron la represión, especialmente, los familiares más cercanos a los afiliados a algún partido contrario al régimen, a los que entre otras desgracias, les quitaron sus bienes. Los vencidos sufrieron más penurias y humillaciones físicas y psicológicas que el resto de ciudadanos (los defensores del régimen gozaron de cierto bienestar) y Franco afirmó que debían sacrificarse para pagar sus culpas por lo que todo su dolor era necesario. Para el gobierno, no valían nada, lo que se percibió a través de su marginación social, una propaganda insultante y su persecución y posterior asesinato, en muchos casos. A todo esto hay que añadir que sólo era válido el dinero nacional, por lo que muchos republicanos se quedaron sin nada. Por otro lado, quienes habían luchado en el bando franquista dispusieron de 250 gramos más de pan en su dieta de racionamiento.
La visión de Bennasar es clara: “en realidad, la guerra no terminó el 1 de abril de 1939, puesto que así lo quisieron los vencedores”
[1].
Después de abandonar los campos de concentración en el extranjero, miles de comunistas, anarquistas, socialistas y republicanos regresaron a España y fueron hacinados en cárceles, donde el hambre extrema y las epidemias estuvieron a la orden del día. Así, un gran número de presos murieron desnutridos o por enfermedad.
La mayoría de los vencidos nunca hablaron de estas desgracias porque tenían miedo a Franco, que imponía duras normas y limitaciones sólo a sus enemigos.

Otra consecuencia social de la política económica y de la falta de comida fue la mendicidad, especialmente, en los niños, cuyas madres prefirieron en muchos casos internarlos en los hogares de Auxilio Social de Falange o en los centros de beneficencia conocidos como inclusas. La labor de Auxilio Social tuvo un doble objetivo: por un lado, sacar a los niños de la pobreza y, por otro, inculcarles las ideas del régimen (debían cantar el himno nacional aunque procedieran de familia republicana o llevar los uniformes de los que habían asesinado a sus padres). Además, Auxilio Social había repartido raciones de comida nada más terminar la guerra hasta que el gobierno permitió vender alimentos libremente pocos días más tarde.
Para mantener este tipo de instituciones y ayudar a los más necesitados, desde 1939, se creó el llamado Día del Plato Único y del Semanal sin Postre, que solía ser el jueves. Se trataba de un único plato de carne, pescado o legumbres a elegir, más el pan y el postre, y la mitad de su precio se destinada al fondo de protección benéfico-social.
Era un pretexto para que los pobres pudieran salir adelante, mientras otros, por ejemplo, esperaban en las puertas de los cuarteles lo que sobraba de la comida de los soldados (que era los únicos que tenían alimentos), algunos cambiaban sus joyas de oro por un poco de pan duro y unas pocas mujeres se prostituían para poder comer. En las situaciones más extremas, desenterraban animales y se los comían.

En este clima de pobreza y hambre también faltaba la ropa y el calzado (cada familia se fabricaba sus propias prendas con cortinas, sábanas o la lana de las ovejas, e incluso recogían las que se encontraban en la basura), se cortaba la luz con frecuencia porque estaba restringida (fue así hasta bien entrada la década de los cincuenta), escaseaba el suministro de agua, apenas había gasolina, el transporte se resintió, y lo peor: la salud de los españoles cada vez empeoró más. Además, la penuria también fue cultural (salvo en el tema religioso), ya que había pocos maestros y éstos daban clase a muchos niños y de distintas edades.
Así pues, la calidad de vida descendió hasta niveles de épocas muy anteriores, aumentó la mortalidad y cayó la fecundidad; esto último porque era imposible mantener a un bebé en tales condiciones. Todo esto, en realidad, fue una prolongación del clima de miseria vivido durante la guerra civil, lo que se manifestó claramente en la caída del consumo privado, sobre todo, el de carne, que descendió a la mitad. En cuanto a los recursos materiales, la escasez era generalizada.
Las crisis de subsistencia, que parecían haber desaparecido desde hacía tiempo, se convirtieron en esta etapa en un factor demográfico fundamental. Afortunadamente, a lo largo de la década de los cuarenta, los niveles de mortalidad descendieron, ya que después de un período de distribución de medicamentos (sobre todo, antibióticos) en el mercado negro, éstos entraron en el país de manera oficial y a eso se sumó el avance de la ciencia y de la medicina que había comenzado en los años treinta.
De acuerdo con todo esto, sobrevivir en una etapa en la que los alimentos eran limitados se convirtió en una prioridad obsesiva y según Carr, la unión de la represión y de los deseos de supervivencia acalló las protestas ciudadanas
[2]. Muchos sólo vieron una solución en las actividades ilegales y asumieron los riesgos necesarios.
En los casos más extremos, ya no bastó con recurrir a un mercado paralelo, sino que los más desfavorecidos (entre los que se encontraban niños huérfanos, mujeres viudas, republicanos mutilados en la guerra y los que estaban incapacitados para trabajar pero no recibían pensión), tuvieron que buscar otra salida. Por ejemplo, los usureros se aprovecharon de la situación y prestaban dinero para exigir luego el doble.
También, se produjeron numerosos delitos de todo tipo, que fueron muy castigados. Fueron muy habituales los robos en los campos para poder comer, las ocupaciones de casas, la estafa o los incendios, pero mientras se producía esta dramática situación entre los más pobres, en los entornos oficiales del régimen sólo se respiraba victoria. No obstante, se hizo muy popular el refrán que decía: “Cuando Negrín, billetes de mil; con Franco, ni cerillas en los estancos” (Negrín fue presidente de la segunda república).

[1] BENNASSAR, Bartolomé: op. cit., p. 392.
[2] VV.AA.: op. cit., p. 137.
A.M.N

sábado, 3 de noviembre de 2007

ASESINOS DE AYER Y DE HOY


Son muchos los asesinos en serie que han sembrado el terror en distintas zonas del mundo a lo largo de la historia. Sus crímenes, ya sean premeditados o casuales, siempre se cometen de la misma forma o existe un elemento común que los relaciona. Su infundamentada motivación para asesinar les convierte en perturbados y en un verdadero peligro para la sociedad. Con una personalidad complicada, una infancia difícil o el trauma de haber sufrido cualquier tipo de maltrato, estos individuos comparten el deseo de matar.


Aquella película del año pasado que estaba a medio camino entre el terror y el suspense, titulada Saw y dirigida por James Wan, mostraba la personalidad de un asesino en serie. Se trataba de un hombre, conocido como Jigsaw que provocaba la muerte de sus víctimas sin ser el autor directo de ellas. Durante toda la cinta, se refleja la desbordante inteligencia del asesino, que conduce casi al suicidio a las personas que atrapa. En ella, dos hombres encadenados en una habitación deben encontrar el modo de salvar su vida, pero el asesino no se lo pone fácil. Tan solo les da una sierra, que no puede cortar sus cadenas, pero sí la carne. Su desesperación les acerca a la locura y al objetivo que persigue el psicópata. Esto no es más que una película, pero desgraciadamente, lo que en ella aparece no se aleja demasiado de la realidad.
Los asesinos en serie han existido siempre, mucho antes de que se empezara a hacer cine. Muchas veces se ha pensado que las películas que abordan el comportamiento de estos individuos pueden influir en la conducta de las personas, pero lo cierto es que quien comete un crimen después de haber visto un film de este tipo, no lo hace porque quiera imitar al psicópata sino porque ya existía en él el deseo de matar, y utiliza el argumento de la cinta como mera excusa. Un asesino con problemas mentales verá divertido un suceso macabro en la pantalla, mientras que los demás lo rechazaremos.

Ejemplos aparte, resulta muy difícil comprender el comportamiento de este tipo de asesinos, pues no responde a ninguna lógica racional. Cada uno de estos criminales es completamente diferente en su manera de ser y actuar, y por tanto, debe ser estudiado desde una perspectiva distinta en cada caso.
La mayoría de ellos suele despertar odio por parte de la opinión pública, que condena sus irracionales crímenes, pero por otra parte, es sorprendente que mucha gente sea capaz de coleccionar algunos objetos vinculados a los psicópatas o de su propiedad. Es el caso de algunos coleccionistas estadounidenses que están dispuestos a pagar mucho dinero para conseguir objetos de asesinos famosos, como la dentadura o la máquina de escribir de Ted Kaczynski, que fue detenido en 1996, tras haber enviado bombas en paquetes postales en Estados Unidos, durante varios años.
Un hecho sorprendente es que muchos de los asesinos que están detenidos actualmente tienen cuentas bancarias que les permitirían vender sus objetos, pero en 2001, ya se implantó una ley que regulaba esto en cuatro Estados estadounidenses. Por otro lado, cabe destacar que en algunos casos son los familiares de las víctimas los que reciben el dinero conseguido con las ventas, aunque eso no les libere del sufrimiento.
A pesar de la difusión de este tipo de comercio, muchos lo consideran “inmoral” y que “provoca escalofríos”, pero resulta inevitable.

El término
Si hablamos de asesinos en el amplio sentido de la palabra, es necesario subrayar que no todos han desarrollado la capacidad de matar sin sentir ningún tipo de remordimiento, como sí lo hacen el tipo de criminales que ocupan estas líneas.
Es difícil determinar dónde está el límite entre un asesino común u ocasional y un asesino en serie. Puede que les diferencie el hecho de que el primero mata en puntuales excepciones, empujado por alguna razón que él considera importante y normalmente se arrepiente, y el segundo comete un asesinato tras otro, sin buscar motivos o tener un móvil claro para ello, y estudia al detalle la manera de cometerlos. En cuanto a los asesinos ocasionales, la mayoría de las veces suelen conocer a sus víctimas de vista o de manera más cercana, mientras que los asesinos en serie las ven por primera vez en el momento del crimen, al tratarse de asesinatos que se dan casi por azar. Sin embargo, en estas formas de actuar puede haber excepciones.
Un agente especial del FBI, Robert K.Ressler, creó el término asesino en serie (serial killer) y a través de diversas entrevistas que hizo a los asesinos más peligrosos que se encontraban en la cárcel (lo que ayudó a la detención de otros criminales), pudo dividir a estos psicópatas en tres categorías, que podían sufrir modificaciones:
· Organizados: son muy conscientes de lo que hacen y cuidan mucho todos los detalles, tanto al elegir la víctima, como el eliminar las posibles pruebas del crimen.
· Desorganizados: tienen problemas mentales graves y no planean sus asesinatos.
· Mixtos: no son habituales y combinan la actitud de los dos anteriores.

En cualquier caso, el término asesino engloba a todo aquel individuo que comete crímenes en cinco circunstancias básicas: inundación, incendio, veneno o explosivo, premeditación y ensañamiento. Según el Código Penal español, estas cinco circunstancias convertían el homicidio en asesinato, y diferenciaban así ambos términos. De un modo más sencillo, los diccionarios definen asesino como “el que asesina, homicida” o “persona que mata a otra con premeditación”.
En concreto, en el siglo XI, los asesinos eran los miembros de una secta secreta, fundada por Hasan b Sabbah, que actuaba en Persia y Siria y cuyo objetivo era el asesinato sistemático de sus rivales político-religiosos. A pesar de que los jefes de esta secta contaban con la absoluta obediencia de sus seguidores, muchos de ellos murieron asesinados por éstos. Esta sociedad se mantuvo activa hasta el siglo XIII, cuando fue eliminada por los mongoles. Quizá, ésta fuera la más importante agrupación de asesinos de la historia, nombrados a sí mismos como tales.

Es evidente que el término asesino existe desde que hay personas que encuentran satisfacción al provocar la muerte de otros. Es indistinta la época y el país en el que hayan nacido, sus creencias religiosas o la clase social a la que pertenezcan.

El individuo como ser humano agresivo
Todos sabemos que lo que mueve a los asesinos a llevar a cabo sus ataques es la agresividad, la violencia o la ira, unos sentimientos que despiertan sus instintos más salvajes. Debemos partir de que generalmente, todas las personas somos agresivas en mayor o menor medida y en determinadas situaciones. Hay que aclarar también que no toda la agresividad implica violencia física o agresión, y lo normal es que sea consecuencia de la frustración, alguna amenaza recibida, las injusticias, etc. Es más habitual la agresión verbal, pero con muchos matices.
En muchos casos, la agresividad surge en el momento del nacimiento, aunque no se manifiesta del todo al principio. Un niño que tenga una personalidad de por sí agresiva desarrollará más intensamente esa personalidad si vive en un entorno que le resulte hostil o cruel, ya sea dentro de la familia o en el exterior. Muchos psicoanalistas sostienen que a pesar de todo, este desarrollo del comportamiento agresivo se puede evitar, pues depende directamente de cada persona y de la educación que haya recibido.
Por otra parte, existen dos visiones opuestas en cuanto a la agresividad. Según afirma Anthony Storr en su libro La agresividad humana, “muchos autores nos han transmitido la impresión de que la agresividad se trata simplemente de un impulso lamentable, que debe ser eliminado , y no de una parte necesaria de nuestra herencia biológica con la que tenemos que aprender a coexistir, y que ha servido y sigue sirviendo para conservarnos”. De esta idea se extrae que hay una visión negativa (que es la mayoritaria) y otra positiva del comportamiento agresivo.
El autor Alfred Adler identifica la agresividad con el deseo que tenemos los seres humanos por alcanzar el poder y conseguir la superioridad y la perfección respecto a los demás. Freud sostuvo que el hombre era autodestructor y que la agresividad era una variante de lo que él llamaba el “instinto de muerte”, en el que se defendía que toda materia tenía como final su desaparición y que nada se mantenía eternamente.
Algunos experimentos han indicado que en una parte del cerebro, concretamente, en el hipotálamo, es donde surgen los sentimientos de ira en el ser humano, que nos inducen a mostrarnos agresivos. Si volvemos al libro La agresividad humana, al autor dice que todos hemos sentido alguna vez los impulsos que podrían llevarnos a cometer un asesinato. Esos impulsos existen en nuestro interior y se encuentran reprimidos hasta que una situación nos supera en exceso. Esto no quiere decir que en circunstancias desbordantes o extremas, la respuesta sea el asesinato pues éstas no lo justifican, sean cuales sean.

Hay personas que dirigen su ira contra ellos mismos o contra el exterior y no pueden controlar su furia. Como dice Anthony Storr en el libro antes mencionado, “estos individuos han sido incapaces de integrar su agresividad de un modo positivo y, consiguientemente, cabe considerarlos como mentalmente enfermos o inadaptados” .
En concreto, existen cuatro estados mentales relacionados con la agresividad, que, en casos muy específicos, podrían convertir a un individuo violento en un asesino, y que estudiamos a continuación.

- DEPRESIÓN
Se trata de un estado de angustia en el que los sentimientos y las emociones se confunden. En ocasiones, la depresión puede conducir al suicidio. La agresividad que puede acompañar a este estado podría traducirse en asesinato y como se dice en el libro de Storr, “de cada tres homicidios cometidos en Gran Bretaña, uno va seguido del suicidio del homicida”. Un ejemplo podría ser el del marido que asesina a su esposa porque siente celos y luego, se suicida porque se ha arrepentido.

- COMPORTAMIENTO ESQUIZOIDE
Una persona esquizoide es aquella que siente una gran desconfianza hacia los demás y solo mantiene relaciones superficiales, o bien, decide aislarse del resto del mundo para evitar el contacto con la sociedad. Para estas personas, recibir amor de alguien es una humillación, una verdadera amenaza para él, pero al mismo tiempo, necesita ese amor. Este tipo de personas desprecian a todos los seres humanos y les encuentran hostiles.
Los adultos que tienen este comportamiento quieren alcanzar el poder y la superioridad (que en la página anterior se han relacionado con la agresividad), pero a la vez, se sienten débiles y vulnerables, aunque nunca lo admitirán. Cuando este estado es seguido por la esquizofrenia, el paciente imagina que ha conseguido el éxito y el poder absoluto, pero no es consciente de que su capacidad mental se lo impide.
Si un esquizoide recibe una crítica que interpreta como una ofensa, piensa en el alejamiento o el homicidio como las únicas alternativas, por lo que puede convertirse en alguien muy peligroso.

- COMPORTAMIENTO PARANOIDE
“La crueldad de los animales es en gran parte un mito; la crueldad del hombre una horrenda realidad”. Esta afirmación, extraída de la fuente ya nombrada, define muy bien lo que somos los seres humanos: personas crueles en mayor o menor grado, que nos atacamos los unos a los otros, especialmente, si hemos sufrido algún daño previamente por parte de alguien. Un ejemplo es el del niño que cuando juega en un parque, pisa a las hormigas para ver su aspecto después de muertas; éste es probablemente, el primer acto cruel que lleve a cabo en su vida, pero ni mucho menos el último.
Los seres humanos tendemos a sentir más odio y ser más crueles con quienes ya han sido vencidos que con los que se muestran más fuertes. Debemos destacar tres hechos que explican porqué somos crueles con los más débiles:
ü Podemos recordar casi todo lo malo que nos ocurre, y por eso, cuando alguien nos perjudica o nos provoca algún daño físico o emocional, no nos olvidamos nunca de ello, y solemos utilizarlo en su contra más adelante.
ü Tenemos capacidad de proyección (atribuimos cualidades a los demás, ciertas o erróneas). Por ejemplo, los esquizofrénicos paranoides, se sienten perseguidos en todo momento y por cualquier persona porque piensa que toda la gente es mala. Algunos homicidios los cometen este tipo de enfermos.
ü Somos capaces de identificarnos con otras personas, de tal manera que podemos imaginar el dolor que puede estar sintiendo alguien. El individuo sádico disfruta imaginando el dolor de otros, e incluso el suyo propio.


- COMPORTAMIENTO PSICÓPATA
Esta anormalidad aparece desde la infancia y se trata del estado que mejor explica la conducta del asesino en serie. Este tipo de comportamiento corresponde a individuos peligrosos que llevan a cabo crímenes violentos. Storr menciona en su libro que “entre la cuarta parte y la mitad de los psicópatas agresivos muestran anormalidades en los ritmos eléctricos del cerebro”. No muestran una actitud normal con la gente que les rodea, son mentirosos (suelen crearse identidades falsas y llegan a creerse sus propias mentiras), impulsivos, egoístas, etc. Son indiferentes ante las emociones de los demás y no temen el peligro, y a menudo, confunden la fantasía con el mundo real. Nunca sienten remordimientos, sea lo que sea lo que hayan hecho.
La explicación de este comportamiento en general podría ser falta de afecto por parte de las personas que debían habérselo dado cuando eran pequeños.


Enfermedades mentales del asesino
En la época primitiva, quienes padecían enfermedades mentales se pensaba que habían sido poseídos por el demonio y que en consecuencia, actuaban a su manera, pues habían perdido su propia voluntad para actuar. Aunque en esa etapa predominaba la creencia en lo fantástico, actualmente, los sangrientos asesinatos de los que tenemos noticia casi a diario y los que conocemos por la historia, nos pueden hacer pensar que realmente se trata de obras diabólicas.
Es importante comenzar con una distinción entre lo que se considera normal y anormal. Según define Margarita Ortiz-Tallo en el libro Trastornos psicológicos, “el sujeto es considerado anormal si es incapaz de ajustarse a las normas que ha establecido la sociedad o su propia cultura”. Esto se ve muy reflejado en los actos violentos. Hay que entender que ninguna conducta o acto es anormal en sí mismo, sino que la unión de diversos factores negativos o anómalos es lo que crea la anormalidad.
Comentaremos algunas enfermedades mentales, crónicas o transitorias, que afectan a la mayoría de los asesinos potenciales.

TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD
Los enfermos son personas que igual pueden sentirse alegres, tristes, melancólicos o agresivos y pueden pasar de un estado de ánimo a otro con relativa facilidad. Esto puede suponer un peligro para los demás, pues los afectados pueden sentirse furiosos de repente y cometer alguna brutalidad.
Estos trastornos pueden ser de muy distintos tipos, pero conviene destacar tres:
- Los individuos que tienen una personalidad disocial están en contra de las reglas sociales establecidas en la sociedad en la que viven. Su forma de actuar es similar a la que emplean quienes tienen un comportamiento psicópata. Cuando algo o alguien les molesta, reaccionan de inmediato, sin contar con las posibles consecuencias.
- La personalidad “límite” es aquella por la cual el individuo se muestra inconstante en sus opiniones, en la manera de considerar a sus amigos y en la visión que tiene de sí mismo (puede autoagredirse o intentar el suicidio). Esta personalidad es propia de personas depresivas, que se sienten vacías muy a menudo y buscan ideas negativas para pasar su tiempo.
- Muchos asesinos en serie son identificados con una personalidad anancástica. Son perfeccionistas, cuidan todos los detalles, defienden una exagerada limpieza y la puntualidad. Además, protegen su intimidad al máximo y a veces, pueden mostrarse dudosos e indecisos. Suelen cometer sus crímenes con la mayor exactitud, estudiando cada elemento tenido en cuenta.

TRASTORNO OBESIVO-COMPULSIVO
Se trata de una dolencia en la que el individuo se obsesiona con determinados pensamientos, imágenes, e incluso personas, y no puede apartar esas obsesiones de su mente, aunque ese sea su deseo. Esto puede provocarle ansiedad, y en ocasiones, la obsesión puede conducir al asesinato (por ejemplo, si un hombre se obsesiona con una mujer con la que no puede estar, y decide matarla). El crimen sería una forma de compulsión (acto llevado a cabo para aliviar la ansiedad), pero afortunadamente, éste no es habitual en estos casos.

DELIRIO
Está relacionado con la paranoia, y se caracteriza porque quien lo sufre, siente desilusiones constantes, que pueden hacer referencia a muchos aspectos, como la vida amorosa, su creencia en que es un individuo rico y poderoso (y luego, se da cuenta de que no es así), los celos enfermizos e injustificados y la manía persecutoria.

A continuación, se exponen algunos de los casos de asesinato más escalofriantes, cometidos tanto por hombres como por mujeres.

Jack, “el destripador”
Casi se ha convertido en una leyenda y muchos se preguntan si existió realmente, pues las autoridades británicas nunca le encontraron. Hubo muchos sospechosos de los asesinatos que cometió, pero ninguno claro.
En 1888, en Londres, este hombre mató a siete mujeres (todas ellas prostitutas), aunque las autoridades afirmaban que fueron más. Les cortó el cuello con un cuchillo cuando las sorprendió en la calle de noche, les mutiló diversas partes de su cuerpo, y en algunos casos, les extrajo los órganos con gran limpieza y precisión.
A pesar de desconocer su identidad, su nombre alcanzó tanta popularidad que ha inspirado varios libros y películas que relatan sus asesinatos.

Ed Gein
Sus asesinatos inspiraron películas como Psicosis de Hitchcock, La matanza de Texas y algunos fragmentos de El silencio de los corderos. Se trataba de un caníbal con apariencia de tímido e inofensivo, que era conocido por muchos como “el carnicero de Plainfield”.
Vivía en una granja y para todos era un hombre tranquilo y trabajador. La realidad era que asesinó y descuartizó a tres mujeres y profanó tumbas de jóvenes para llevarse sus cuerpos a casa. Utilizaba cráneos humanos como platos o cuencos, y tenía lámparas y sillas forradas con piel, además de cinturones y chalecos hechos con pezones.
Del techo de la granja colgaban cadáveres abiertos en canal y la policía también encontró partes del cuerpo de distintas víctimas, además de un corazón. Se trataba de un enfermo mental que cometió verdaderas atrocidades.
Al ser detenido, él confesó que las partes del cuerpo encontradas en su casa correspondían a nueve cadáveres que había sacado del cementerio y que solo recordaba haber cometido un asesinato. Fue declarado culpable de dos asesinatos y fue internado en una institución psiquiátrica, en la que permaneció hasta que murió de manera natural.
La camioneta que utilizó para trasladar los cadáveres que extrajo del cementerio fue subastada y se expuso en ferias de Wisconsin, de donde era el psicópata.

Klaus Barbie, “el carnicero de Lyon”
Su apodo se debió a los crueles asesinatos que llevó a cabo siendo fiel aliado de Hitler.
Poco tiempo después de que el dictador alemán llegara al poder, este hombre entró a formar parte de las Juventudes Hitlerianas. Años más tarde, se afilió al partido nacionalsocialista y pronto se convirtió en alguien de confianza para el dictador.
En 1942, en Lyon, la ciudad francesa donde la resistencia era más fuerte, Klaus Barbie cometió numerosos y sangrientos crímenes entre la población. Además, torturó y asesinó al líder de la resistencia francesa.
Por otra parte, cabe destacar su crueldad hacia los niños, que quedó manifiesta cuando envió a varios grupos de ellos (con edades entre los tres y los trece años) al campo de concentración de Austzwitch, donde fueron esclavizados y posteriormente, gaseados.
Al terminar la II Guerra Mundial, fue condenado a pena de muerte por cometer crímenes contra la humanidad, pero huyó de quienes le perseguían durante cuarenta años.

Charles Manson
No fue el autor directo de ningún asesinato, pero fue el fundador en 1967 de La Familia, formada por un grupo de asesinos racistas que mataron a varias personas. Él siempre negó que existiera este grupo y hablaba de él así: “el término familia solo se utilizaba para caracterizarme como líder y hacerme responsable; lo único que hacíamos era vivir un sueño”. Se trataba de 144.000 miembros que seguían todo lo que les decía su fundador, que les hacía creer que los hombres negros matarían a los blancos y solo los integrantes de La Familia se salvarían. Se ha sabido que muchos de los miembros del grupo tenían relación con sectas satánicas.
Charles Manson cometió robos, agresiones y una violación homosexual. Se creía que tenía poderes telepáticos y que era capaz de comunicarse con sus seguidores desde cualquier lugar. En 1969, ordenó el asesinato de todas las personas que estuvieran en la casa de Roman Polanski. Allí murió la esposa del director cinematográfico y algunos invitados. Este grupo asesinó también en otra ocasión a un empresario y su esposa, y a un profesor de música, entre otros.
En un principio, Charles Manson fue condenado a muerte, pero más tarde, la condena se redujo a cadena perpetua. Actualmente, aunque él y muchos de sus miembros se encuentran en prisión, La Familia no ha desaparecido y su líder suele recibir cartas de personas que quieren formar parte del grupo.

“El gigante asesino”
Así es como fue conocido Ed Kemper debido a sus más de dos metros de estatura. Nació en 1948 en California y tuvo una infancia difícil, llena de fantasías y juegos macabros. Sus primeras “víctimas” fueron gatos, que mató de manera cruel a machetazos o enterrándolos vivos. En su adolescencia, asesinó brutalmente a sus abuelos después de pasar una temporada viviendo con ellos. Por este crimen, fue ingresado en un centro psiquiátrico, aunque salió de él unos años más tarde.
Sus impulsos asesinos se intensificaron y se dedicó a matar a chicas jóvenes, a las que metía en el maletero de su coche, las mutilaba, las decapitaba y en ocasiones, también las violaba (cuando ya estaban muertas). Provocar la muerte le hacía sentir poderoso, y no podía dejar de matar, pues sus actos se habían convertido en una droga para él. Tal era su adicción que acabó matando a su madre golpeándola con un martillo.
Tras esto, él mismo se entregó a la policía y fue condenado a prisión por ocho asesinatos. En la cárcel, se descubrió que tenía un coeficiente intelectual de 145. Se trataba de un hombre muy inteligente, incapaz de expresar sus emociones, que estudiaba al detalle a sus víctimas: cómo eran físicamente, su forma de pensar, sus valores, etc. Nunca mataba por azar.

Martina Zimmerman
Solo cometió un asesinato, pero fue tan terrible que es imposible de comprender.
De pequeña, sufrió abusos por parte de sus padres y sus padrastros. Ya adulta, se casó y tuvo dos hijos. En apariencia, se trataba de una mujer normal, pero tenía extrañas aficiones: almacenaba en el congelador serpientes, arañas y ratas, y tenía libros de magia negra y brujería. Su familia ya estaba acostumbrada a sus actividades.
Tenía un amante y le asesinó porque, según ella, él se lo pidió para alcanzar otro “nivel de existencia” y esperarla en la otra vida, ya que en ésa, siendo amantes, estaban dando un mal ejemplo a los hijos de ella. Lo electrocutó en la bañera con la ayuda de su propio ex marido y después, cortó el cuerpo en 44 trozos, que guardó en el congelador. Los pedazos fueron asados y comidos posteriormente. Cortó su cabeza y la conservó, y como ella misma afirmó: “la metía en mi cama, la besaba y la hablaba”. Para esta asesina alemana, su crimen fue una prueba de amor.
Tras confesarlo todo, fue detenida y condenada a ocho años de prisión.


Luis Alfredo Garavito Cubillos, “Goofy”
Era un hombre alcohólico y sufría depresiones continuamente, acompañadas de intentos de suicidio. Dos de sus vecinos le violaron, lo que pudo haber marcado su conducta.
Trabajaba como vendedor de artículos religiosos.
Se trataba de un asesino de niños, todos ellos con las mismas características: chicos pobres con el pelo castaño. Solían tener entre 6 y 16 años, y se los llevaba a lugares apartados donde los violaba y los asesinaba brutalmente. Incluso apuntaba los nombres de las víctimas en un cuaderno. En 1999, este colombiano confesó haber matado a 142 niños, aunque las investigaciones que se llevaron a cabo indican que pudieron ser bastantes más. El psicópata afirmó además con la máxima frialdad que “llegó un momento en el que me aburrí de asesinar niños, por lo fácil que era seducirlos y matarlos”.
Solo un niño consiguió salvar su vida, John Iván, que facilitó la captura de este asesino. El pequeño fue obligado a subir a un taxi con el psicópata, y ya en un bosque apartado, le ató e intentó violarle, pero sus gritos alertaron a otro niño que estaba cerca, y el criminal acabó huyendo. Así, los dos niños consiguieron escapar. El asesino finalmente fue capturado por la policía.


El asesino de la Baraja
Recibió este apodo porque colocaba naipes junto a los cadáveres de sus víctimas; era su manera de identificar todos sus crímenes, su sello de identidad. Nunca se ha sabido con claridad si fue un único asesino o varios, pero solo fue detenido Alfredo Galán, un ex militar y ex vigilante de seguridad que fue acusado de seis asesinatos y otros tres intentos. Asesinó a un portero, a un empleado de la limpieza (que recibió un disparo en una parada de autobús junto al aeropuerto de Barajas), mató a dos personas e hirió gravemente a otra en un bar de Alcalá de Henares, intentó matar a una pareja de ecuatorianos en Tres Cantos (disparó en la cara al chico, aunque no le mató, y la pistola se le encasquilló cuando disparó a la joven) y asesinó a dos inmigrantes rumanos a tiros.
El propio asesino confesó los crímenes, presentándose ante la policía bajo los efectos del alcohol, y afirmó que se entregaba porque se había cansado de que la policía no le encontrara. Indicó a los policías que dibujaba con un rotulador azul un punto en el envés de los naipes, lo que muy poca gente sabía, y se encontró una bala en un jarrón de su casa que coincidía con las balas utilizadas en los asesinatos. Explicó que mataba para saber lo que se siente, pero que se dio cuenta de que solo sentía indiferencia cuando lo hacía. Aunque él afirmó que elegía a sus víctimas al azar, lo cierto es que todos eran gente humilde y vulnerable, y todo parecía responder a un plan.
A pesar de esto, existen dos retratos-robot diferentes y algunos testigos afirman que hubo varios autores, que actuaban de manera diferente, pero eran cómplices.
Actualmente, Alfredo Galán está siendo juzgado por sus crímenes.

Tony Alexander King
Según sus conocidos, este británico era un hombre callado y reservado, que estaba obsesionado con la musculatura, los esteroides y el alcohol. Tenía problemas sexuales de impotencia, lo que pudo motivar las violaciones que llevó a cabo como fruto de su frustración.
Le llamaban el Asesino de la Costa y empezó estrangulando a sus víctimas hasta dejarlas inconscientes, para pasar a violarlas y asesinarlas. En 1986, fue condenado a diez años de prisión en Reino Unido por estrangular a cinco mujeres a punto de provocarles la muerte.
En 1997, se vino a vivir a España, en concreto, a la Costa del Sol. En 2003, fue detenido y confesó haber matado a Sonia Carabantes y a Rocío Wanninkhof. A pesar de esto, su madre siempre le defendió y afirmó que se habían dicho muchas mentiras sobre él.
Acaba de ser condenado a 36 años de cárcel por el asesinato de Carabantes, en el que fue muy cruel y actuó con ensañamiento. La joven tenía 17 años y fue asesinada a golpes y estrangulada, después de haber sufrido una agresión sexual.
Aún le queda el juicio por matar a la otra chica, de cuyo asesinato en un principio fue acusada una amiga de la madre de la víctima, Dolores Vázquez, que fue puesta en libertad tras ser demostrada su inocencia.

El asesino de ancianas
Se llamaba Jose Antonio Rodríguez de la Vega, y ya en su juventud, llevó a cabo varias violaciones, por las que fue condenado a 27 años de cárcel, aunque consiguió que le redujeran la pena y pasó allí solo 8 años. En aquella época, le conocían como el violador de la moto.
Se trataba de un hombre amable y de buena apariencia, que ya de adulto, se ganaba la confianza de ancianas de entre 70 y 90 años, a las que violaba y asesinaba de tal manera que parecía que sus muertes eran naturales. Se le atribuyeron dieciséis asesinatos, pero pudo haber más. En 1988, fue detenido y confesó los crímenes. Se descubrió que en su apartamento, tenía almacenados varios objetos de las víctimas, que mantenía como recuerdo, en una habitación exhaustivamente ordenada.
Durante el juicio que tuvo lugar en Santander, se mantuvo muy tranquilo, sonriente y no ocultó en ningún momento su cara, tales eran sus deseos de protagonismo. En ese momento, afirmó que todas las muertes de las que era acusado, fueron naturales, y más tarde, confesó que se movía por el odio que sentía hacia su madre y hacia su suegra.
Según contaron los psicólogos que le analizaron, tenía una gran inteligencia y se ajustaba al perfil de un criminal. Se sentía orgulloso de los asesinatos que había cometido y en una ocasión, dijo: “todos los hombres han sentido alguna vez deseos de violar a su madre”.
En 2002, varios reclusos de la prisión en la que se encontraba le mataron brutalmente provocándole múltiples heridas en el pecho y en el resto del cuerpo.
A. M.N