Partimos de que una familia se puede entender como “la unión socialmente aprobada de un hombre y una mujer que forman un hogar para procrear y criar hijos”, según afirma el Doctor Castells en su libro Separación y divorcio. Efectos psicológicos en los hijos; cómo prevenirlos y curarlos. No obstante, con la legalización de las uniones homosexuales, el concepto de familia se ha ampliado considerablemente, con la aprobación de unos y el rechazo de otros.
La familia sirve a los miembros que la componen y a la sociedad. En concreto, el modelo que existe ahora es el de la familia postpatriarcal (también conocida por algunos autores como familia individualista), que es aquella en la que la figura del padre cada vez tiene menor relevancia, bien por su ausencia prolongada del hogar (por el trabajo, básicamente) o porque la madre se hace cargo de casi todos los asuntos importantes.
En este tipo de familia, cada miembro tiene plena autonomía y busca un intercambio con su compañero/a, es decir, si da es porque espera recibir algo a cambio, aunque no sea de forma consciente. El divorcio es más común en esta unión familiar porque cada cónyuge reflexiona en todo momento acerca de lo que espera de la relación y lo que obtiene, lo que unido a la naturaleza inconformista del ser humano, genera un profundo malestar.
Este modelo matrimonial se mantiene por el trabajo de ambos progenitores, por lo que en algunos momentos, pueden chocar sus distintos intereses, lo que podría derivar en conflictos entre ellos. Hay casos en los que uno aporta más dinero al hogar que el otro o quizá, es más ambicioso y pone a su familia en un segundo plano. Esto multiplica las desigualdades familiares, el peligro de fracasar y, por si fuera poco, el matrimonio se hace más débil. La evolución de la familia postpatriarcal contribuye a la profundización democrática en nuestra sociedad, pues las opciones individuales cada vez son mayores.
Desde 1981, las separaciones y los divorcios se encuentran en una etapa de crecimiento, aunque son mucho más frecuentes las primeras.
En 1982, se estimaba que en nuestro país había un 5% de matrimonios que tenían problemas graves, lo que significaba unas 400.000 familias en crisis de los 9 millones que había en total. A partir de los años setenta, la fuerte aparición de rupturas y divorcios, influía aún más en la estructura de las familias españolas, que hasta entonces, parecían sólidas (en mi opinión, esa aparente estabilidad respondía más a la idea que tenían los cónyuges de “hacer lo correcto” para evitar la crítica de la sociedad, que a la verdadera ilusión por permanecer juntos).
Los datos del Instituto Nacional de Estadística son bastante reveladores: en 1999, se registraron 42.390 separaciones y 26.386 divorcios. En ambos casos, la mayoría en Barcelona y Madrid, y de mutuo acuerdo. No obstante, hay un considerable número de casos en los que la mujer rompe la relación (en el año 2004, de las 12.212 peticiones de divorcio que se formularon en Madrid, 3.276 fueron presentadas por mujeres, 2.126 por hombres, y el resto de manera conjunta).
Actualmente, la familia se encuentra en crisis, en un período de transformación. Los matrimonios han descendido, las parejas se casan con mayor edad que hace años (según datos del INE, en 1975 la edad estaba en torno a los 24 ó 26 años mientras que en el 2000, había subido a los 29 ó 30), han aumentado considerablemente las familias de hecho y cohabitación, y como he comentado en la introducción de este texto, ha disminuido la natalidad (este hecho puede hacer que una crisis de pareja que podría superarse fácilmente acabe en ruptura). La unión entre los cónyuges progresivamente es más inestable y débil, y la familia tradicional (hoy la conocemos como familia nuclear o conyugal: padre, madre e hijos) ya no es tal y como era antes.
La multiplicación de los divorcios, además, ha favorecido un considerable aumento de las familias monoparentales, que son aquellas formadas por un solo progenitor y los hijos. Este tipo de hogar puede surgir como consecuencia de una separación, pero cada vez es más habitual que una persona decida voluntariamente ser padre o madre soltero, mediante la adopción (por otro lado, muy necesaria en los países con extrema pobreza) o buscando una pareja ocasional para tal fin. Con la creciente liberalización de las mujeres, ya no sorprende que éstas decidan unirse a un hombre para tener un hijo y criarlo solas, pues no desean compartir su vida con nadie, sino únicamente ser madres y mantener su independencia.
También, han crecido las uniones que se reducen a la pareja, como pueden ser el matrimonio formado por hijos que ya se han ido de casa, el que no quiere tener descendencia por muy diversos motivos y el matrimonio homosexual, que se legalizó en nuestro país el año pasado.
Así las cosas, en general, en las dos últimas décadas, la formación de familias en Europa ha crecido, aunque ahora su número de miembros es menor (apenas 3 personas). España es el tercer país del continente con las familias más numerosas.
La familia actual
Ya que los hogares se encuentran en crisis, con el fin de dar mayor seguridad y estabilidad a la familia, el Gobierno ha establecido una serie de medidas, como la Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral (aprobada en 1999) y la mejora de la protección familiar de la Seguridad Social, entre otras.
Por otra parte, el Plan Integral de Apoyo a la Familia 2001- 2004 persigue cuatro objetivos principales: mejorar la calidad de vida de las familias, fomentar la solidaridad intergeneracional, apoyar a las familias en situaciones difíciles y apoyar a la familia considerada garantía de cohesión social. Asimismo, es importante ofrecer protección a aquellas familias sometidas a algún tipo de violencia por parte del padre, la madre o los hijos (cada vez es una más habitual que los niños muestren su rebeldía con actitudes crueles hacia sus progenitores, que en ciertos casos, pueden provocar depresión y miedo en éstos), y también, favorecer el acceso a la cultura en los hogares, lo que garantiza el acceso a la cultura por parte de la sociedad.
Si nos centramos en el interior de la familia y en las relaciones que se establecen entre sus miembros, podremos entender mejor la raíz de la crisis familiar, que no solo depende de las ayudas económicas que pueda recibir el hogar, sino de su propia estructura interna.
Cada uno de los integrantes de la agrupación familiar, forma parte de ella, y por tanto, pierde una parte de su independencia como individuo (no obstante, nuestra sociedad individualista nos “empuja” a pensar cada vez menos en los demás; hay una tendencia al egoísmo). Lo correcto sería que cada miembro hiciera cualquier tarea cotidiana pensando en su familia antes que en sí mismo, aunque es cierto que cada vez se intentan combinar mejor los deseos de unos y otros. La mujer suele tener más limitaciones en este aspecto, pues si se centra en su vida profesional, tendrá que esperar para ser madre (debe sacrificar una de sus ilusiones), mientras que para los hombres, su profesión y su familia se complementan.
También, hay que tener presente que en un matrimonio, el hombre y la mujer ven su vida en común de manera diferente, de acuerdo con sus pensamientos y expectativas. De esto se extrae que cada uno reflejará en sus hijos su propia concepción de la familia. Ahora, la prioridad de la mujer no es casarse y ser madre, sino tener un buen futuro profesional que le permita desarrollar sus cualidades en el mundo laboral, por lo que concibe la familia como algo secundario en su vida. Así pues, hombres y mujeres empiezan a acercar sus prioridades.
Cada familia tiene sus propias pautas de comportamiento y su particular modo de resolver los problemas, tanto en el seno de ella, como frente a los demás Todos los hijos de una familia reciben la misma educación, que se ajusta a los valores y principios que defienden sus padres, y que les marcarán el camino a la hora de desarrollar su propia vida. A veces, se da una relación más profunda con uno de los progenitores, lo que puede deberse a que exista un mayor grado de entendimiento o pase más tiempo junto a él. Esto se acentúa si los padres deciden divorciarse, aunque considero que no tendría que ser así porque al fin y al cabo, el niño es de ambos, no de uno solo, y es importante favorecer una relación estrecha e igual con él, en cualquier situación.
La familia tiene que enfrentarse a presiones internas, debido a los cambios que sufren cada uno de sus miembros (crecimiento de los niños, muerte de los abuelos, alguna tragedia, etc) y a la vez, a presiones externas, en función de sus relaciones con la sociedad (en nuestro país, la familia recibe menos ayudas económicas por parte del Estado que en el resto de Europa: tan solo 123 euros de media por persona).
A medida que evoluciona una familia, se hacen más fuertes sus tradiciones, costumbres, y son más inevitables los cambios (por ejemplo, la emancipación de los hijos).
La vida en familia hay que cuidarla diariamente para que lo que comenzó con la máxima ilusión perdure en el tiempo con unos cimientos cada vez más sólidos. El diálogo es básico en el seno de la familia, no solo entre la pareja, sino también con los hijos.
A pesar de lo que pueda creerse, los enfrentamientos entre los cónyuges son positivos para que puedan madurar juntos y fortalecer los vínculos que los unen. Considero que una familia que haya superado multitud de baches se mantendrá unida mucho más tiempo.
Convivir para conocerse
En los últimos años, se ha producido la explosión de formas de vida en común sin vínculos matrimoniales y sin que la llegada de un hijo obligue a las parejas a formalizar legalmente su situación.
Ahora el matrimonio supone apoyo emocional y se contrae para alcanzar la felicidad con la otra persona (aunque es cierto que en los últimos años han crecido los matrimonios de conveniencia. Es una elección personal (1) y se puede contraer incluso de manera simbólica (quienes conviven hacen vida de casados, aunque no lo estén legalmente).
Hay quien afirma que la cohabitación juvenil es la mejor solución para el problema actual de la familia. Considero que esta afirmación puede venir justificada porque al no existir lazos matrimoniales, de compromiso y por tanto, de obligación entre los miembros de la pareja, el grado de entendimiento entre ellos puede ser mayor y los problemas pueden reducirse significativamente porque ninguno se sentiría “atado”.
A menudo, el matrimonio se percibe como una pérdida de libertad e independencia que a la larga, pasa factura, y puede dar lugar al divorcio. En la cohabitación, esto no ocurre, o si se da, es en menor medida. Un hecho importante, que puede parecer contradictorio, es que cuanto más se basa la pareja en el amor, es más fácil que se rompa. Creo que la razón que explica esto es que el amor a veces hace egoístas a las personas, que exigen más de lo que su pareja puede darles.
Desde mi punto de vista, la cohabitación resulta muy positiva porque permite a la pareja conocerse en mayor profundidad mediante el contacto diario y el hecho de compartir momentos agradables de convivencia, pero también problemas. Supone una “prueba” para adaptarse al otro y a sus costumbres. Muchos se toman en serio esta experiencia, pues quieren continuar con la otra persona sin convertirse en un matrimonio, pero para otros, tan solo es un intento que no tiene futuro.
La familia sirve a los miembros que la componen y a la sociedad. En concreto, el modelo que existe ahora es el de la familia postpatriarcal (también conocida por algunos autores como familia individualista), que es aquella en la que la figura del padre cada vez tiene menor relevancia, bien por su ausencia prolongada del hogar (por el trabajo, básicamente) o porque la madre se hace cargo de casi todos los asuntos importantes.
En este tipo de familia, cada miembro tiene plena autonomía y busca un intercambio con su compañero/a, es decir, si da es porque espera recibir algo a cambio, aunque no sea de forma consciente. El divorcio es más común en esta unión familiar porque cada cónyuge reflexiona en todo momento acerca de lo que espera de la relación y lo que obtiene, lo que unido a la naturaleza inconformista del ser humano, genera un profundo malestar.
Este modelo matrimonial se mantiene por el trabajo de ambos progenitores, por lo que en algunos momentos, pueden chocar sus distintos intereses, lo que podría derivar en conflictos entre ellos. Hay casos en los que uno aporta más dinero al hogar que el otro o quizá, es más ambicioso y pone a su familia en un segundo plano. Esto multiplica las desigualdades familiares, el peligro de fracasar y, por si fuera poco, el matrimonio se hace más débil. La evolución de la familia postpatriarcal contribuye a la profundización democrática en nuestra sociedad, pues las opciones individuales cada vez son mayores.
Desde 1981, las separaciones y los divorcios se encuentran en una etapa de crecimiento, aunque son mucho más frecuentes las primeras.
En 1982, se estimaba que en nuestro país había un 5% de matrimonios que tenían problemas graves, lo que significaba unas 400.000 familias en crisis de los 9 millones que había en total. A partir de los años setenta, la fuerte aparición de rupturas y divorcios, influía aún más en la estructura de las familias españolas, que hasta entonces, parecían sólidas (en mi opinión, esa aparente estabilidad respondía más a la idea que tenían los cónyuges de “hacer lo correcto” para evitar la crítica de la sociedad, que a la verdadera ilusión por permanecer juntos).
Los datos del Instituto Nacional de Estadística son bastante reveladores: en 1999, se registraron 42.390 separaciones y 26.386 divorcios. En ambos casos, la mayoría en Barcelona y Madrid, y de mutuo acuerdo. No obstante, hay un considerable número de casos en los que la mujer rompe la relación (en el año 2004, de las 12.212 peticiones de divorcio que se formularon en Madrid, 3.276 fueron presentadas por mujeres, 2.126 por hombres, y el resto de manera conjunta).
Actualmente, la familia se encuentra en crisis, en un período de transformación. Los matrimonios han descendido, las parejas se casan con mayor edad que hace años (según datos del INE, en 1975 la edad estaba en torno a los 24 ó 26 años mientras que en el 2000, había subido a los 29 ó 30), han aumentado considerablemente las familias de hecho y cohabitación, y como he comentado en la introducción de este texto, ha disminuido la natalidad (este hecho puede hacer que una crisis de pareja que podría superarse fácilmente acabe en ruptura). La unión entre los cónyuges progresivamente es más inestable y débil, y la familia tradicional (hoy la conocemos como familia nuclear o conyugal: padre, madre e hijos) ya no es tal y como era antes.
La multiplicación de los divorcios, además, ha favorecido un considerable aumento de las familias monoparentales, que son aquellas formadas por un solo progenitor y los hijos. Este tipo de hogar puede surgir como consecuencia de una separación, pero cada vez es más habitual que una persona decida voluntariamente ser padre o madre soltero, mediante la adopción (por otro lado, muy necesaria en los países con extrema pobreza) o buscando una pareja ocasional para tal fin. Con la creciente liberalización de las mujeres, ya no sorprende que éstas decidan unirse a un hombre para tener un hijo y criarlo solas, pues no desean compartir su vida con nadie, sino únicamente ser madres y mantener su independencia.
También, han crecido las uniones que se reducen a la pareja, como pueden ser el matrimonio formado por hijos que ya se han ido de casa, el que no quiere tener descendencia por muy diversos motivos y el matrimonio homosexual, que se legalizó en nuestro país el año pasado.
Así las cosas, en general, en las dos últimas décadas, la formación de familias en Europa ha crecido, aunque ahora su número de miembros es menor (apenas 3 personas). España es el tercer país del continente con las familias más numerosas.
La familia actual
Ya que los hogares se encuentran en crisis, con el fin de dar mayor seguridad y estabilidad a la familia, el Gobierno ha establecido una serie de medidas, como la Ley de Conciliación de la Vida Familiar y Laboral (aprobada en 1999) y la mejora de la protección familiar de la Seguridad Social, entre otras.
Por otra parte, el Plan Integral de Apoyo a la Familia 2001- 2004 persigue cuatro objetivos principales: mejorar la calidad de vida de las familias, fomentar la solidaridad intergeneracional, apoyar a las familias en situaciones difíciles y apoyar a la familia considerada garantía de cohesión social. Asimismo, es importante ofrecer protección a aquellas familias sometidas a algún tipo de violencia por parte del padre, la madre o los hijos (cada vez es una más habitual que los niños muestren su rebeldía con actitudes crueles hacia sus progenitores, que en ciertos casos, pueden provocar depresión y miedo en éstos), y también, favorecer el acceso a la cultura en los hogares, lo que garantiza el acceso a la cultura por parte de la sociedad.
Si nos centramos en el interior de la familia y en las relaciones que se establecen entre sus miembros, podremos entender mejor la raíz de la crisis familiar, que no solo depende de las ayudas económicas que pueda recibir el hogar, sino de su propia estructura interna.
Cada uno de los integrantes de la agrupación familiar, forma parte de ella, y por tanto, pierde una parte de su independencia como individuo (no obstante, nuestra sociedad individualista nos “empuja” a pensar cada vez menos en los demás; hay una tendencia al egoísmo). Lo correcto sería que cada miembro hiciera cualquier tarea cotidiana pensando en su familia antes que en sí mismo, aunque es cierto que cada vez se intentan combinar mejor los deseos de unos y otros. La mujer suele tener más limitaciones en este aspecto, pues si se centra en su vida profesional, tendrá que esperar para ser madre (debe sacrificar una de sus ilusiones), mientras que para los hombres, su profesión y su familia se complementan.
También, hay que tener presente que en un matrimonio, el hombre y la mujer ven su vida en común de manera diferente, de acuerdo con sus pensamientos y expectativas. De esto se extrae que cada uno reflejará en sus hijos su propia concepción de la familia. Ahora, la prioridad de la mujer no es casarse y ser madre, sino tener un buen futuro profesional que le permita desarrollar sus cualidades en el mundo laboral, por lo que concibe la familia como algo secundario en su vida. Así pues, hombres y mujeres empiezan a acercar sus prioridades.
Cada familia tiene sus propias pautas de comportamiento y su particular modo de resolver los problemas, tanto en el seno de ella, como frente a los demás Todos los hijos de una familia reciben la misma educación, que se ajusta a los valores y principios que defienden sus padres, y que les marcarán el camino a la hora de desarrollar su propia vida. A veces, se da una relación más profunda con uno de los progenitores, lo que puede deberse a que exista un mayor grado de entendimiento o pase más tiempo junto a él. Esto se acentúa si los padres deciden divorciarse, aunque considero que no tendría que ser así porque al fin y al cabo, el niño es de ambos, no de uno solo, y es importante favorecer una relación estrecha e igual con él, en cualquier situación.
La familia tiene que enfrentarse a presiones internas, debido a los cambios que sufren cada uno de sus miembros (crecimiento de los niños, muerte de los abuelos, alguna tragedia, etc) y a la vez, a presiones externas, en función de sus relaciones con la sociedad (en nuestro país, la familia recibe menos ayudas económicas por parte del Estado que en el resto de Europa: tan solo 123 euros de media por persona).
A medida que evoluciona una familia, se hacen más fuertes sus tradiciones, costumbres, y son más inevitables los cambios (por ejemplo, la emancipación de los hijos).
La vida en familia hay que cuidarla diariamente para que lo que comenzó con la máxima ilusión perdure en el tiempo con unos cimientos cada vez más sólidos. El diálogo es básico en el seno de la familia, no solo entre la pareja, sino también con los hijos.
A pesar de lo que pueda creerse, los enfrentamientos entre los cónyuges son positivos para que puedan madurar juntos y fortalecer los vínculos que los unen. Considero que una familia que haya superado multitud de baches se mantendrá unida mucho más tiempo.
Convivir para conocerse
En los últimos años, se ha producido la explosión de formas de vida en común sin vínculos matrimoniales y sin que la llegada de un hijo obligue a las parejas a formalizar legalmente su situación.
Ahora el matrimonio supone apoyo emocional y se contrae para alcanzar la felicidad con la otra persona (aunque es cierto que en los últimos años han crecido los matrimonios de conveniencia. Es una elección personal (1) y se puede contraer incluso de manera simbólica (quienes conviven hacen vida de casados, aunque no lo estén legalmente).
Hay quien afirma que la cohabitación juvenil es la mejor solución para el problema actual de la familia. Considero que esta afirmación puede venir justificada porque al no existir lazos matrimoniales, de compromiso y por tanto, de obligación entre los miembros de la pareja, el grado de entendimiento entre ellos puede ser mayor y los problemas pueden reducirse significativamente porque ninguno se sentiría “atado”.
A menudo, el matrimonio se percibe como una pérdida de libertad e independencia que a la larga, pasa factura, y puede dar lugar al divorcio. En la cohabitación, esto no ocurre, o si se da, es en menor medida. Un hecho importante, que puede parecer contradictorio, es que cuanto más se basa la pareja en el amor, es más fácil que se rompa. Creo que la razón que explica esto es que el amor a veces hace egoístas a las personas, que exigen más de lo que su pareja puede darles.
Desde mi punto de vista, la cohabitación resulta muy positiva porque permite a la pareja conocerse en mayor profundidad mediante el contacto diario y el hecho de compartir momentos agradables de convivencia, pero también problemas. Supone una “prueba” para adaptarse al otro y a sus costumbres. Muchos se toman en serio esta experiencia, pues quieren continuar con la otra persona sin convertirse en un matrimonio, pero para otros, tan solo es un intento que no tiene futuro.
[1] En el año 2005, tuvieron lugar en España 259 uniones matrimoniales por conveniencia, lo que supone un crecimiento de un 119% desde el año 2000 hasta la actualidad. Estos enlaces tienen lugar, sobre todo, entre españoles/as y sudamericanos/as o marroquíes y suelen llevarse a cabo por solidaridad o por motivaciones económicas para que los extranjeros obtengan la nacionalidad. Quienes desean conseguir la nacionalidad deben pagar al otro 3.000 euros aproximadamente, y son muchos los que, aunque no lo harían, se muestran a favor de este tipo de uniones. (Diario 20minutos, 20 de abril de 2006, página 13).
A.M.N
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