Hay una frase de Encarna Nicolás, extraída de su libro La libertad encadenada[1] que define muy bien la situación de la economía española en la primera década del franquismo y que habla de una “traumática quiebra con el pasado inmediato, obra de corazones duros de militares victoriosos”. Para comprender esta idea, basta con comparar las rentas y la producción del año 1935 (ese “pasado inmediato”) con los datos del inicio de la posguerra y observar cómo la guerra terminó con el proceso de industrialización que había comenzado un siglo antes y favoreció así el regreso de la agricultura tradicional, que necesitó mucha mano de obra en algunos lugares. El retroceso fue significativo.
De acuerdo con la opinión de Raymond Carr[2], la única característica de la economía no fue el racionamiento de los productos que eran escasos ni el control de los precios, sino la poca habilidad del sistema para dirigirlo todo y el hecho de que la autarquía, que se esperaba que fuera provisional, se hizo permanente.
El conflicto había provocado un descenso de un 21% del producto per cápita con respecto a 1935, y tanto la renta per cápita como la renta nacional de ese año, no se superaron hasta 1952. El presupuesto de gasto público en renta nacional se estancó, mientras que en otros países europeos se multiplicó para destinarlo a la economía, la educación y gastos sociales. La lucha bélica hizo descender la producción industrial y la de otros sectores.
El desastre económico de los años cuarenta quedó reflejado en el hecho de que España tardó entre trece y quince años en recuperarse, mientras que casi todos los países europeos lo lograron en sólo cinco. En 1950, los españoles estuvieron más lejos aún que en el año 1900 de los niveles de vida medios de los franceses, los ingleses y los alemanes. La clave de la rapidez con la que Europa salió adelante está en la colaboración económica que surgió entre los distintos países y a la que “renunció” Franco al favorecer a las potencias del Eje (Alemania e Italia) a través de su política exterior. Así, España no se benefició en absoluto del llamado Plan Marshall, conocido así porque lo promovió el secretario de Estado norteamericano George Catlett Marshall (aunque en realidad, su nombre era Programa de Reconstrucción Europea) y que se creó para volver a impulsar la economía de los países europeos, siempre y cuando éstos se comprometieron a cooperar entre sí. De esta forma, en 1947, Occidente y también los países comunistas se reunieron, pero éstos últimos finalmente optaron por seguir un plan propio. Los demás iniciaron procesos de liberalización económica y el Congreso estadounidense estableció una aportación de 13.000 millones de dólares.
No obstante, aunque España no mantuvo tal colaboración con los países aliados, siguió comerciando con ellos, aunque tiempo más tarde, se paralizó la transferencia de capital procedente del extranjero.
Por el contrario, el comercio con los países fascistas creció mucho. Prueba de ello es que más de un 25% de la exportaciones iban dirigidas a Alemania y, a su vez, ese país proporcionó casi un 16% de las importaciones.
Las autoridades del régimen dijeron que los problemas económicos en los que se había sumergido el país eran consecuencia sólo de la guerra civil, lo cual, en parte, fue cierto ya que el enfrentamiento destruyó los equipos agrarios e industriales (aunque los daños fueron menores que en otros países) y afectó más que nada al transporte y a la red de comunicaciones. Otro indicador del retroceso en el desarrollo económico fue el incremento de los trabajadores agrarios nada más terminar la guerra, que llegaron casi a 5 millones, lo que se debió al estancamiento del sector industrial que fomentó el retorno a la agricultura. Además de esto, las materias primas escaseaban, hubo restricciones energéticas y casi todas las reservas del Banco de España se perdieron, lo que condujo a una política de dinero barato que tuvo como consecuencia una fuerte inflación. A esto se unió, por otro lado, la defraudación a Hacienda que empeoró la crisis presupuestaria crónica que el Estado llevaba tiempo arrastrando, debido a que el objetivo era volver a armar al país, por lo que se mantuvo una política similar a la de guerra hasta 1957. Todas estas fueron las cuestiones más graves.
Sin embargo, el retraso se debió fundamentalmente a la autarquía que se estableció en el llamado primer franquismo, desde 1938, y a la política intervencionista que favoreció a los sectores económicos más consolidados, que casi se convirtieron en monopolios porque disfrutaron de una serie de beneficios y una mayor facilidad para acceder a las materias primas que necesitaban. Además, la unión de intervencionismo y autarquía hizo que el mercado negro, que ya existía, se extendiese.
En 1938, se creó el Servicio Nacional de Abastecimientos y Transportes y las Comisiones Reguladoras de la Producción, y por otro lado, se limitó la libertad de industria (el Instituto Nacional de Industria se creó en 1941). De acuerdo con todo esto, el objetivo económico del Régimen fue apoyar la producción nacional, con la que Franco estaba convencido de que la población saldría adelante, sin necesidad de contar con las importaciones procedentes de Europa, pues éstas se suspendieron. El dictador presumía de la autonomía económica y del aislamiento político en el que se encontraba el país: él se sentía autosuficiente. Así, en marzo de 1946, se cerró la frontera con Francia y se decidió el bloqueo de España en la Organización de las Naciones Unidas, que se había creado un año antes. El caudillo se aisló así del mundo sin darse cuenta de que no tenía los suficientes recursos tecnológicos e industriales para afrontar esa independencia.
La autarquía se estrelló (aunque las autoridades franquistas se negaron a reconocerlo) y condujo al país a una profunda crisis porque el desarrollo industrial fue más lento o incluso se estancó y España quedó atrasada respecto al resto de Europa. Fueron 12 años de pobreza para la mayoría de los ciudadanos, con mucho trabajo, pocos ingresos y una extendida miseria.
El Estado, por medio de la intervención, trató de distribuir la renta nacional de tal forma que se satisficieran los intereses de los terratenientes y los grupos industriales y financieros, y lo hizo a costa del estancamiento o reducción de los salarios de los trabajadores que, a su vez, provocó un descenso del consumo que perjudicó a las empresas de bienes de consumo. Para Glicerio Sánchez Recio, autor del libro Los empresarios de Franco (pp. 13-22), se creó “una red de intereses” para beneficiar a los empresarios y, al mismo tiempo, fortalecer al régimen[3]. O dicho de otro modo, se trataba de que los grandes grupos económicos y el régimen colaboraran entre sí y se enriquecieran, mientras el resto de trabajadores se sumergían cada vez más en un pozo de explotación laboral y miseria.
Según dijo Michael Richards[4] en Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1945 (p.23):“la autoridad del régimen franquista se impuso gracias a la manipulación del abastecimiento de los bienes de primera necesidad para la población. Esto permitió que la principal preocupación de la mayor parte de la sociedad fuera la supervivencia personal y no la protesta política, y garantizó que los sacrificios que hubo que hacer durante la crisis económica de los años cuarenta los hiciera fundamentalmente la clase trabajadora”.
De acuerdo con la opinión de Raymond Carr[2], la única característica de la economía no fue el racionamiento de los productos que eran escasos ni el control de los precios, sino la poca habilidad del sistema para dirigirlo todo y el hecho de que la autarquía, que se esperaba que fuera provisional, se hizo permanente.
El conflicto había provocado un descenso de un 21% del producto per cápita con respecto a 1935, y tanto la renta per cápita como la renta nacional de ese año, no se superaron hasta 1952. El presupuesto de gasto público en renta nacional se estancó, mientras que en otros países europeos se multiplicó para destinarlo a la economía, la educación y gastos sociales. La lucha bélica hizo descender la producción industrial y la de otros sectores.
El desastre económico de los años cuarenta quedó reflejado en el hecho de que España tardó entre trece y quince años en recuperarse, mientras que casi todos los países europeos lo lograron en sólo cinco. En 1950, los españoles estuvieron más lejos aún que en el año 1900 de los niveles de vida medios de los franceses, los ingleses y los alemanes. La clave de la rapidez con la que Europa salió adelante está en la colaboración económica que surgió entre los distintos países y a la que “renunció” Franco al favorecer a las potencias del Eje (Alemania e Italia) a través de su política exterior. Así, España no se benefició en absoluto del llamado Plan Marshall, conocido así porque lo promovió el secretario de Estado norteamericano George Catlett Marshall (aunque en realidad, su nombre era Programa de Reconstrucción Europea) y que se creó para volver a impulsar la economía de los países europeos, siempre y cuando éstos se comprometieron a cooperar entre sí. De esta forma, en 1947, Occidente y también los países comunistas se reunieron, pero éstos últimos finalmente optaron por seguir un plan propio. Los demás iniciaron procesos de liberalización económica y el Congreso estadounidense estableció una aportación de 13.000 millones de dólares.
No obstante, aunque España no mantuvo tal colaboración con los países aliados, siguió comerciando con ellos, aunque tiempo más tarde, se paralizó la transferencia de capital procedente del extranjero.
Por el contrario, el comercio con los países fascistas creció mucho. Prueba de ello es que más de un 25% de la exportaciones iban dirigidas a Alemania y, a su vez, ese país proporcionó casi un 16% de las importaciones.
Las autoridades del régimen dijeron que los problemas económicos en los que se había sumergido el país eran consecuencia sólo de la guerra civil, lo cual, en parte, fue cierto ya que el enfrentamiento destruyó los equipos agrarios e industriales (aunque los daños fueron menores que en otros países) y afectó más que nada al transporte y a la red de comunicaciones. Otro indicador del retroceso en el desarrollo económico fue el incremento de los trabajadores agrarios nada más terminar la guerra, que llegaron casi a 5 millones, lo que se debió al estancamiento del sector industrial que fomentó el retorno a la agricultura. Además de esto, las materias primas escaseaban, hubo restricciones energéticas y casi todas las reservas del Banco de España se perdieron, lo que condujo a una política de dinero barato que tuvo como consecuencia una fuerte inflación. A esto se unió, por otro lado, la defraudación a Hacienda que empeoró la crisis presupuestaria crónica que el Estado llevaba tiempo arrastrando, debido a que el objetivo era volver a armar al país, por lo que se mantuvo una política similar a la de guerra hasta 1957. Todas estas fueron las cuestiones más graves.
Sin embargo, el retraso se debió fundamentalmente a la autarquía que se estableció en el llamado primer franquismo, desde 1938, y a la política intervencionista que favoreció a los sectores económicos más consolidados, que casi se convirtieron en monopolios porque disfrutaron de una serie de beneficios y una mayor facilidad para acceder a las materias primas que necesitaban. Además, la unión de intervencionismo y autarquía hizo que el mercado negro, que ya existía, se extendiese.
En 1938, se creó el Servicio Nacional de Abastecimientos y Transportes y las Comisiones Reguladoras de la Producción, y por otro lado, se limitó la libertad de industria (el Instituto Nacional de Industria se creó en 1941). De acuerdo con todo esto, el objetivo económico del Régimen fue apoyar la producción nacional, con la que Franco estaba convencido de que la población saldría adelante, sin necesidad de contar con las importaciones procedentes de Europa, pues éstas se suspendieron. El dictador presumía de la autonomía económica y del aislamiento político en el que se encontraba el país: él se sentía autosuficiente. Así, en marzo de 1946, se cerró la frontera con Francia y se decidió el bloqueo de España en la Organización de las Naciones Unidas, que se había creado un año antes. El caudillo se aisló así del mundo sin darse cuenta de que no tenía los suficientes recursos tecnológicos e industriales para afrontar esa independencia.
La autarquía se estrelló (aunque las autoridades franquistas se negaron a reconocerlo) y condujo al país a una profunda crisis porque el desarrollo industrial fue más lento o incluso se estancó y España quedó atrasada respecto al resto de Europa. Fueron 12 años de pobreza para la mayoría de los ciudadanos, con mucho trabajo, pocos ingresos y una extendida miseria.
El Estado, por medio de la intervención, trató de distribuir la renta nacional de tal forma que se satisficieran los intereses de los terratenientes y los grupos industriales y financieros, y lo hizo a costa del estancamiento o reducción de los salarios de los trabajadores que, a su vez, provocó un descenso del consumo que perjudicó a las empresas de bienes de consumo. Para Glicerio Sánchez Recio, autor del libro Los empresarios de Franco (pp. 13-22), se creó “una red de intereses” para beneficiar a los empresarios y, al mismo tiempo, fortalecer al régimen[3]. O dicho de otro modo, se trataba de que los grandes grupos económicos y el régimen colaboraran entre sí y se enriquecieran, mientras el resto de trabajadores se sumergían cada vez más en un pozo de explotación laboral y miseria.
Según dijo Michael Richards[4] en Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1945 (p.23):“la autoridad del régimen franquista se impuso gracias a la manipulación del abastecimiento de los bienes de primera necesidad para la población. Esto permitió que la principal preocupación de la mayor parte de la sociedad fuera la supervivencia personal y no la protesta política, y garantizó que los sacrificios que hubo que hacer durante la crisis económica de los años cuarenta los hiciera fundamentalmente la clase trabajadora”.
[1] NICOLÁS, Encarna: La libertad encadenada. España en la dictadura franquista 1939-1975, Madrid, Alianza Editorial, 2005, p.14.
[2] VV.AA.: Franquismo. El juicio de la historia, Madrid, Ediciones Temas de hoy, 2000, p.127.
[3] NICOLÁS, Encarna: op. cit. , p. 126.
[4] NICOLÁS, Encarna: op. cit., p. 114.
A.M.N
2 comentarios:
Cojonudo Ali, si de verdad el texto es tuyo, basándote en estas fuentes. Cojonudo, de verdad, me ha parecido profesional propio de un historiador :D.
Aunque no estoy muy de acuerdo con que con la guerra se produjo un retroceso hacia la agricultura, ya que en realidad la base económica española era fundamentalmente agrícola; la industria tenía una representación muy limitada en la población activa, y aunque pudo retroceder con la guerra, esto no quiere decir que fuese un cambio significativo. La verdadera revolución industrial en España la vivieron nuestros abuelos y padres entre los años 50, 60 y 70.
Davinchy
Sí, davon, lo escribí yo para un trabajo de historia... tuve q leerme mazo d libros para enterarme bien. Pero tampoco es para tanto... el historiador vas camino d ser tú. Xao!
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